sábado, 1 de marzo de 2008

Chávez, Uribe y las FARC

Periódico alternativo De Pana

Tras la decisión del presidente Chávez de asumir un papel protagónico en la búsqueda del intercambio humanitario
en Colombia, la reunión con el mandatario colombiano Uribe Vélez y la pronta respuesta de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), expresando su disposición a dialogar y agradeciendo al dirigente venezolano su gestión, la situación colombiana –en lo relacionado con el conflicto- se ha puesto de moda.

De pronto, dirigentes “revolucionari@s” que siempre le han dado la espalda a lo que acontece del otro lado de la larga frontera con Colombia, son “fans” del diálogo y la búsqueda de soluciones en pro de la paz neogranadina. Como por arte de magia, funcionari@s que –argumentando no tener autorización- se negaban siquiera a tocar el tema en escenarios de discusión y análisis, lanzan declaraciones aprobatorias y con audacia vislumbran el porvenir latinoamericano de paz y prosperidad a partir de “la solución” al enfrentamiento armado en el país hermano.

Sin duda, la posición de Chávez es valiente y osada, acicateada por “el amor a Colombia” y dados su carisma, su voluntad y tesón, es indudable el peso que tiene su apoyo y determinación, para beneficio de los múltiples esfuerzos realizados ya en pro del intercambio humanitario y ojala en función de una paz duradera.

Ahora bien, el optimismo no puede sostenerse sin tener clara la complejidad de la situación colombiana, en la cual, alrededor de un eje fundamental de confrontación pueblo-oligarquía (expresión de la contradicción capital-trabajo), se han venido agregando nuevos ejes subalternos de lucha que hacen difícil el diagnóstico simple y más aún, la búsqueda de soluciones.

Dirigente histórica de una fracción de la derecha desde hace 180 años -cuando expulsó al Libertador de suelo granadino- la opulenta minoría apátrida fue capaz de sostenerse en el poder combinando la represión feroz sobre el pueblo, invocando “la democracia” y cerrando cada vez más los pocos espacios de participación política y social.

En ese tiempo, siempre que las fuerzas progresistas mostraron fuerza, capacidad y masas, para convertirse en alternativa real de poder, desde las altas esferas se recurrió al asesinato, la desaparición y la persecución contra el pueblo y sus expresiones orgánicas.

Aplicando las fórmula imperialista de “quitarle el agua al pez” (que era la guerrilla), mediante la aniquilación, el desplazamiento y el terror, los gobiernos “democráticamente electos” de Colombia, utilizaron bandidos, asesinos, desertores de la guerrilla y fanáticos derechistas, antes, durante y después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, para crear estructuras irregulares de derecha que fueron conocidas como “pájaros” (la primera generación de “paracos” durante las décadas del cuarenta y cincuenta del siglo pasado).

Tras un difícil período de maduración durante las décadas del sesenta y setenta, en el cual enfrentaron el llamado “Frente Nacional” (versión granadina del “Pacto de Punto Fijo”) las fuerzas populares lograron un nivel de acumulación y organización que les permitió asumir retos de ser gobierno y ser poder, en distintos espacios, aplicando diferentes métodos de lucha y con ritmos disímiles.

L@s lacay@s del imperialismo lanzaron a los organismos de seguridad, las Fuerzas Militares y de Policía, contra el pueblo, elevándose de manera escandalosa los casos de violación de los derechos humanos por agentes estatales y creciendo de manera exponencial la insurgencia, ante la real imposibilidad de hacer oposición legal al sistema sin correr el riesgo de ser asesinad@, desaparecid@, torturad@ o pres@.

Ante el creciente escándalo internacional y las múltiples condenas al Estado Colombiano por violar los derechos Humanos, l@s apátridas recurrieron de nuevo a los manuales estadounidenses y con entrenamiento de Israel, logística oficial, dinero de la mafia del narcotráfico, discurso rabiosamente anticomunista, estructuración corporativista y reclutamiento de excluid@s, crearon la segunda generación de asesinos paramilitares, que exterminó a la Unión Patriótica, diezmó los sindicatos de obrer@s, maestr@s, profesionales, las asociaciones estudiantiles, la dirigencia popular y social –incluidos cuatro candidatos presidenciales-, exilió a decenas de miles de ciudadan@s y desplazó a tres y medio millones de campesinos.

Agotada y sin sus históricos dirigentes “ilustrados”, cada vez más dependiente del monstruo que había creado, la aristocrática dirigencia liberal y conservadora, terminó por aceptar a regañadientes que esos subalternos fueran sus aliados y tras un corto periodo de trancisión, se vió obligada a apoyar a un candidato del paramilitarísmo y de las mafias narcotraficantes, a la Presidencia de la República: Álvaro Uribe Vélez.

Con una propuesta de mano dura y en estrecha alianza con los más reaccionarios sectores de los Estados Unidos, el gobierno de Uribe cuenta con un piso social de clase media y en ciertas zonas, de clase baja. Si bien esperaban resultados tangibles en la guerra interna, para “superar la violencia sin importar los costos” y “echar el país adelante”, cerrando los ojos frente a realidades de injusticia social y exclusión extrema, se mantiene fieles al gobierno por medio de un complejo sistema clientelar de relaciones políticas de los dirigentes uribistas regionales.

El reciente escándalo de la parapolítica, en el cual se han venido comprobando los lazos entre el Gobierno, el paramilitarísmo y la mafia, han disminuido esa base social pero ella no está seriamente diezmada.

El respetable e insuficiente crecimiento de una variopinta alianza de izquierda legal (Polo Democrático Alternativo P.D.A.), la aparición de una fracción disidente del Partido Liberal (P.L.), un renacer de la lucha y de la movilización social (fruto de la aplicación del paquete neoliberal impuesto por Washington, exigiendo el Acuerdo Humanitario, el retorno de l@s desplazad@s o por reivindicaciones históricas), junto a la resistencia de las organizaciones insurgentes frente al Plan Colombia, el Plan Patriota y el Plan Consolidación, no logran aún articularse para construir una alternativa popular.

En esas condiciones, el éxito de las gestiones del Presidente Chávez radica en ser capaz de construir a tres bandas una fórmula que sea aceptada por los contendientes, que permita el regreso de los prisioneros de ambas partes, que sea punto de apoyo para desempantanar la ausencia de alternativas progresistas en el hermano país y que logre superar los obstáculos y sabotajes de los Estados Unidos que no parecen dispuestos a tolerar que -en el propio territorio de su más fiel aliado- se configure una fórmula que partiendo de la búsqueda de un resultado específico, se proyecte como base para construir una alternativa de poder, o –al menos- de gobierno.

Por lo pronto, Uribe trata de ganar iniciativa llevando a Chávez a su propio terreno, definiendo públicamente límites infranqueables, marcando los movimientos del venezolano, procurándose una simbología propia para enfrentar el declarado bolivarianismo de Chávez, procurando evitar el contacto con el pueblo colombiano y sobretodo, el contagio en sus propias Fuerzas Militares del “ejemplo que Caracas dio”.

La partida ha comenzado. En ella, Uribe puede verse obligado a abandonar sus posiciones intransigentes y aceptar fórmulas de entendimiento que le resquebrajarían la ya maltrecha alianza que lo mantiene en el poder. Chávez apuesta su prestigio internacional a la posibilidad de alcanzar una salida salomónica. Todo ello, aderezado con las insuperables normas de la diplomacia y con las complejas lógicas de la prudencia y del secreto.

Como bien decía el Presidente Chávez, es imposible entender la historia de Colombia y Venezuela de manera separada. Sin embargo, es imposible construir la historia futura, si en el presente no logramos ubicar correctamente que en el hermano país aún gobiernan l@s hereder@s de Santander y que no están dispuestos a permitir que se construya con participación y protagonismo venezolano una alternativa bolivariana para l@s pobres y los perseguid@s de Colombia.

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