sábado, 1 de marzo de 2008

El matrimonio ayer y hoy

Sybelle Padua

El llamado “progreso” de la humanidad ha conseguido darle representaciones a las formas de unión del hombre y la mujer. Con el pasar de la historia, estas formas han dado un giro como la aguja del reloj en el tiempo, propiciando el nacimiento de la acepción que hoy conocemos en la cultura occidental como matrimonio. La génesis de la unión en matrimonio de los seres humanos ha traído consigo diferentes postulados sobre su origen. La confrontación de estos planteamientos ha hecho que sólo uno se convierta en el paradigma dominante de esta sociedad. Pero… ¿Es éste paradigma dominante el acertado? ¿Deriva de la realidad que le dio vida?

Los paradigmas marcan todas las acciones de nuestra vida, desde las menos relevantes hasta las determinantes. El matrimonio es una de ellas. En nuestra sociedad, está influenciado por la religión católica. La presencia de sus preceptos viene desde la época de la colonización española. Lo delicado está cuando basamos la administración de nuestra vida en cánones sociales que derivan de un discurso que asoma imprecisiones.

Según la Iglesia Católica, el matrimonio surge de la unión natural de aquellos seres que “Dios creó hombre y mujer” –tal como reza la Biblia en su libro del Génesis-. El matrimonio sería, por tanto, un acto natural legitimado en una institución, cuyos valores -“unidad, indisolubilidad y apertura a la vida”- se desprenden de la propia naturaleza del amor entre hombre y mujer que exige a los esposos amarse uno al otro.

A estos planteamientos se enfrenta el investigador de El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Federico Engels. Los estudios de este investigador sobre la prehistoria mencionan como primer signo de unión el matrimonio en grupos. Las gens o comunidades se interrelacionaban produciendo luego, a raíz de la prohibición de los matrimonios entre hermanos y parientes, las familias sindiásmicas. En este caso, un hombre vive con una mujer, pero se establecen relaciones poligámicas y poliándricas, es decir, tanto el hombre como la mujer mantienen relaciones fuera de la formal.

Hasta este punto, observamos que la línea de filiación que prevalece es la materna, pues no hay manera de saber quién es el padre de los hijos. A esto se le definió como el matriarcado, sociedad en la que la mujer recibía mayor preponderancia que el hombre por sus atributos de concebir y definir la línea filial de los hijos.

Pasado un tiempo, el desarrollo de la agricultura fue generando la acumulación de riqueza, lo que generó en el hombre la necesidad de establecer una línea filial que diera cuenta de su paternidad, para así heredar a sus hijos los bienes y riquezas acumulados, originándose de este modo la organización social fundada en el patriarcado.

Es así como el desarrollo de formas de producción y acumulación de riqueza parieron un nuevo signo de unión entre el hombre y la mujer, en la que ella debe ser fiel a él, garantizando la paternidad de sus hijos, y, viceversa, por el hecho de la herencia. El resultado: el matrimonio monogámico.

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