sábado, 1 de marzo de 2008

Editorial

Actualmente, cuando el proceso político venezolano se encuentra en un nuevo punto de inflexión, el pueblo padece más que nunca la necesidad de avanzar con firmeza hacia formas de organización y acumulación de fuerzas que allanen el camino hacia la construcción de su propia forma de poder: el Poder Popular. Para evitar que esta extraordinaria oportunidad sea secuestrada y tergiversada, se hace indispensable evitar que termine siendo dirigida y controlada por la institucionalidad vigente, conservadora y burocratizada, cuyos intereses son diametralmente opuestos a los del pueblo llano, el pueblo de a pie, ese que no forma parte directa del gobierno, pero que es quien, con su trabajo productivo y su construcción social, lo sostiene.

Estamos en tiempos de Reforma Constitucional y, sin embargo, más que crear espacios para la construcción política desde las bases sociales, se está impulsando la oportunidad de sentar bases jurídicas desde el Estado, con la legitimación del pueblo, tendentes a abrir caminos interesantes para que a éste, en su dialéctico avance en el camino de crecimiento cualitativo, se le facilite el acceso a espacios de poder y el control social sobre algunos aspectos de la vida política y económica. Este hecho reviste carácter histórico en cuanto se establece, desde el poder constituido, la puerta jurídica para avanzar en la construcción del poder constituyente, que está llamado a ser, a su vez, el sepulturero del poder constituido.

No obstante, se debe alertar que el solo hecho de contar con las herramientas jurídicas no garantiza el alcance de los objetivos planteados. De hecho, lo jurídico (la Constitución, leyes, decretos, reglamentos y normas) es parte integrante de la superestructura del Estado, la cual está definida por el tipo de Estado, que a su vez obedece a la estructura económica de la sociedad, es decir, al modo de producción imperante. Por ello no queda duda de que un Estado que obedece a una estructura económica capitalista responderá siempre a los intereses capitalistas. No por capricho, quienes reivindicamos el Materialismo Histórico y el Materialismo Dialéctico tenemos plena convicción de que siendo la producción la base de toda sociedad, no hay forma de lograr transformaciones profundas en ésta si no cambiamos la estructura económica.

De esto se desprende que lo más estructural del actual momento político es generar la oportunidad de que el pueblo organizado, reconocido por el Estado en la Reforma Constitucional propuesta, asuma el protagonismo en el desarrollo productivo y económico del país, más allá de la ejecución de proyectos sociales que, si bien son necesarios, no son suficientes para lograr el control del pueblo sobre la política de Estado. También se torna indispensable la toma popular de la educación para profundizar cambios en la superestructura del Estado, encaminando esfuerzos hacia el desarrollo de la ciencia y la técnica para el crecimiento de las fuerzas productivas, con lo cual también desde este espacio se puede y se debe aportar a la construcción de la estructura económica socialista.

Debemos reconocer seriamente que este proceso político aún no es irreversible, por ello el pueblo no debe dejar espacios vacíos para que el oportunismo y la derecha los tomen. Lo que sucede actualmente en Venezuela no es que el pueblo sea gobierno, sino que hay un grupo de cuadros revolucionarios infiltrados en un Estado burgués, capitalista, tratando de impulsar cambios desde adentro, procurando debilitar sus bases, lo cual resulta imposible sin el apoyo del pueblo. Es más, este aporte desde adentro tiene límite finito, por lo cual se hace impostergable que el pueblo organizado asuma la vanguardia, quitándole la posibilidad de maniobra a los sectores conservadores y oportunistas que se encuentran enquistados dentro del gobierno y que ostentan posiciones de poder significativas, pues éstos harán todo cuanto les sea posible para evitar el posicionamiento del pueblo en la Revolución Bolivariana.

La lucha está abierta y estamos en medio del camino. Hay que elevar la alerta pues los puntos de inflexión de los procesos políticos significan oportunidades de avanzar o retroceder. Hay que avanzar con la Reforma Constitucional, pero entendiendo que eso no bastará para sentar las bases de una Revolución Socialista; aún falta mucho camino por recorrer. Las reformas son positivas sólo en cuanto permiten avanzar en la acumulación de fuerzas para impulsar una verdadera Revolución. Por ello, en este momento político el pueblo tiene una nueva oportunidad histórica y lo peor sería confiarse, dejando todo a la casualidad. Las revoluciones no se consolidan por espontaneidad, se requiere la fuerza impulsora del pueblo, y ésta, la Revolución Bolivariana no es una excepción.

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